El lunes 5 de enero por la noche padecí, a mi llegada a la Terminal 2 del Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México, un auténtico rosario de fallas elementales, que son botón de muestra de la ineficiencia, ineptitud, incompetencia, indiferencia, insensibilidad, de las autoridades nacionales de toda laya, en este caso dignamente representadas por las de Aeropuertos y Servicios Auxiliares.
Relato mi indignación, porque coincide con la de todo el conjunto de pasajeros, nacionales y extranjeros que coincidimos en esta experiencia.
Llegamos al Aeropuerto en el vuelo 473 de Aeroméxico proveniente de Houston, Texas, a la 11 de noche. Nos enviaron a una posición remota, aunque en apariencia había puertas libres para acceso directo, y tuvimos que esperar un buen rato, encerrados en el avión, para que llegaran los autobuses que nos trasladarían a la terminal.
Enviaron dos, en el primero de los cuales nos metieron como sardinas a prácticamente todos los pasajeros y en el segundo, cómodamente sentados, a los miembros de la tripulación, a quienes tuvimos que esperar. El pasaje ya irritado por el apretujamiento, el calor y la espera, comentaba ya el desorden y el lamentable mal servicio.
Cuando llegamos a la terminal, el autobús, de dos puertas, y luego de esperar otro buen rato a que lo autorizara una persona de la terminal, abrió sólo una para la salida del pasaje. Mi protesta por ello, ya que además viajo con mi señora que utiliza silla de ruedas, se enfrentó a una majadera actitud del conductor quien primero me hizo una seña manual de que abría una y sólo una, y luego, literalmente, tanto cuando le toqué por la ventana, como cuando indignado le toque en el parabrisas, para reclamarle su actitud, me ignoró ostensiblemente, volteando la cara a otro sitio, en ambas ocasiones. Mi reclamación ante otra persona del mismo servicio, que estaba fuera del autobús, recibió como respuesta un mutismo absoluto y una expresión de: “no escucho, no veo, no oigo, y diga Usted lo que se le dé la gana”. ¡En suma una atención extraordinaria, de una empresa de calidad mundial!
Lo que relato: desprecio, desatención, mal servicio, “meiportamadrismo”, trato despótico, parece ser la divisa de las “autoridades” del lamentable régimen que padecemos.
Pero no fue todo. Después se pasar migración, a la que llegamos 45 minutos después del aterrizaje, fui a recoger mi equipaje. En vista de que yo llevaba a mi señora en su silla de ruedas, le solicite a un amable joven que asiste a los pasajeros que me ayudara con mis maletas y le solicité que trajera un carrito para cargarlas. “No hay carritos”, me respondió, “hace ya varios días que no hay carritos”; ¿por qué? le repliqué; “es cosa de la empresa” me contestó resignado. Así es, no hay carritos para cargar el equipaje, -estaban cientos de ellos formados fuera de las instalaciones, sin poder usarse- en la más nueva terminal del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México”. Afortunadamente, hay una buena explicación para los turistas que queremos atraer a México: “Es cosa de la empresa”.
Saliendo de la aduana, el joven que me ayudó con mis maletas, las entregó a otra persona, porque no pueden invadir territorios laborales, ¡ni modo!, quien nos llevó al estacionamiento. Las colas para pagar el boleto del estacionamiento eran largas, porque sólo funcionaban dos de las seis máquinas automáticas que están instaladas para el efecto: “cosa de la Empresa”…”de clase mundial”. Al llegar mi turno de pago –andaba mal y de malas- se descompuso la máquina a la que llegué, no sin antes “tragarse” el billete con que había iniciado el pago –no hablemos del costo del estacionamiento que corresponde al magnífico servicio-. La persona que estaba a cargo de las máquinas, me sugirió que fuera a reclamar “al mezzanine”, o que me formara en la otra cola.
Siendo casi la una de la mañana y con mis cien pesos “robados” por “la Empresa de clase mundial”, opté como el resto de quienes estaban detrás de mí, por formarme en la otra cola, porque no había quien sugiriera que pasara a la caja, alternadamente, uno de la cola A y otro de la B, como hubiera sido equitativo.
Pagado mi boleto traté de salir del estacionamiento, pero las dos salidas estaban bloqueadas por sendos automóviles que esperaban –aunque Usted no lo crea- que bajara una persona “del mezzanine”, en dónde ellos habían pagado su estacionamiento a que les levantaran “la pluma”, según me dijo la joven encargada de la salida.
Incrédulo, bajé de mi vehículo y le solicité a uno de los conductores que obstruían la salida, que se hiciera a un lado en tanto venían en su ayuda “del mezzanine” –lo que no se le había ocurrido a la “empleada outsourcing” encargada por “la empresa de clase mundial”- a lo que accedió con toda amabilidad y de inmediato, permitiéndome salir rumbo a mi casa.
El asunto sería trivial, si no fuera porque se trata sólo un botón de muestra de la triste realidad que en todos los órdenes –o mejor dicho, en todos los desórdenes- ya tiene nuestro gobierno a la sociedad mexicana.
¡Ya basta! ¡Cuidado!
Enero 7 de 2015
@jimenezespriu
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