Academia de Música del Palacio de Minería

 “Las ideas son como las palomas. Luego de soltarlas, emprenden el vuelo y es inimaginable la  altura que  podrán alcanzar”.

Alfonso Reyes.

“La Academia de Música del Palacio de Minería es una institución paradigmática y ejemplar”.

Sergio Vela.

“La orquesta es tan buena, porque es una expresión de la voluntad de la comunidad a la que sirve”.

Jorge Velazco.

Una tarde de noviembre de 1977, Jorge Velazco, Sub Director entonces de Difusión Cultural de la UNAM, me visitó en mi oficina de la Secretaría General Administrativa de nuestra Casa de Estudios para proponerme, que “ya que se decía que yo sería el próximo Director de la Facultad de Ingeniería”, organizáramos una orquesta que bajo el patrocinio de la Facultad, hiciera temporadas en diversos momentos del año con músicos que se contrataran por el tiempo que durara cada temporada, seleccionados entre los mejores “atrilistas” disponibles aquí y en el extranjero –cosa factible porque los seleccionaríamos entre quienes estuvieran de vacaciones en las orquestas de que fueran titulares y les ofreceríamos el estímulo de un ingreso adicional-, lo que permitiría un conjunto de excelencia y evitaría conflictos laborales como los que tanto afectaban a la Filarmónica de la Universidad -de lo cual era yo testigo directísimo, me subrayó- y tanto lesionan la calidad de prácticamente todas las orquestas mexicanas.

 

Antes de que continuara la explicación de su proyecto, le pedí que no adelantara vísperas, expresándole que no se había iniciado siquiera el proceso que lleva a la selección de la terna para la Dirección de la Facultad y que retomaríamos la plática en “el remoto caso” de que los rumores que le habían llegado, se hicieran realidad.

 

El proyecto me interesaba sobremanera y no podía desperdiciar la oportunidad –de consumarse “el remoto caso”- de contar con una persona de la calidad intelectual, del conocimiento musical y del entusiasmo desbordante de Jorge Velazco.

 

En mi propuesta de Plan de Trabajo presentado al Rector Guillermo Soberón y a la Junta de Gobierno, entre otras cosas hablaba de “la importancia de “crear el ambiente” propicio para vincular al estudiante de ingeniería con el mundo de la cultura y con los temas sociales y humanísticos que permitan una formación integral y que ofrezca a la comunidad de la Facultad mayores posibilidades de encuentro con temas cuyo interés se persigue despertar”.

 

La posibilidad de un proyecto que hiciera de la música una actividad de la comunidad de la Facultad y que pudiera además incluir a los ex alumnos, me entusiasmaba grandemente.

 

Mi convicción sobre la importancia de la cultura como condición insoslayable de la excelencia profesional, cualquiera que sea la profesión que se ejerce, arraigada desde mis orígenes familiares y la necesidad de ofrecer a los estudiantes de ingeniería un ambiente cultural, estaba fortalecida por una magnifica experiencia que como alumno de la Facultad tuve cuando, como miembro de la Sociedad de Alumnos y de la Sociedad Cultural,  promoví dos actividades que resultaron muy exitosas.

 

Integramos un grupo de compañeros –me remito a 1957- la Sociedad Cultural de la Facultad; presentamos artistas y conferenciantes de magnífico nivel y logramos instalar un “salón de música” en el que ofrecíamos diariamente música clásica, con un aparato de “sonido estereofónico” que nos donó la “Telefunken”, y presentábamos a los grandes intérpretes con discos que obteníamos aquí y allá, para que los alumnos que no tenían la posibilidad en su casa, pudieran, en la Facultad, estudiar con buena música.

 

Presentábamos una programación diaria, cuyas obras se repetían con la frecuencia a que nos obligaba “nuestro escaso repertorio discográfico”, pero que atrajo un número cada día mayor de estudiantes que empezaron a adquirir el gusto por “la música culta”, como diría Stevenson.

 

Pero lo que tuvo el mayor éxito, un éxito extraordinario, fue el que gracias mi amistad con el maestro Armando Montiel Olvera, Director de la Opera de Bellas Artes, logramos llevar al Auditorio de la Facultad el último ensayo, previo a las representaciones en el Palacio, de las operas de la Temporada Nacional. Opera en vivo, experiencia nueva para muchos de nuestros compañeros.

 

La primera opera reunió como a cien alumnos y profesores de la Facultad, la mayor parte por curiosidad; la segunda logró media entrada, la tercera llenó el Auditorio y la cuarta -pues fueron cuatro las que presentamos-, y que fue “El Barbero de Sevilla” de Rossini, nos obligó a poner bocinas al exterior para que escucharan los que ya no pudieron entrar.

 

Ahí, entre otras obras, si no estoy mal informado, se dio el estreno en México, con público –integrado por estudiantes y profesores de la Facultad de Ingeniería de la UNAM-, de “El Teléfono” de Jean Carlo Menotti –la tercera opera que presentamos-, que cantaron la eminente soprano mexicana Rosita Rimoch -esposa del maestro Montiel-, y el barítono Roberto Bañuelas, acompañados al piano –un viejo piano vertical que estaba permanentemente en el Auditorio-, por Don Armando, como sucedía siempre.

 

Estoy seguro de que de aquellos esfuerzos surgieron muchos melómanos, mejores ingenieros y desde luego, mi vocación como promotor musical, que me ha dejado grandes satisfacciones y la certeza de la importancia que la música tiene para el mejor desempeño de los alumnos de la Facultad y que explican mi enorme interés en la propuesta de Jorge Velazco.

 

El mismo día de mi toma de posesión como Director de la Facultad de Ingeniería –¡se dio “el remoto caso”!- y después de darme un abrazo de felicitación, Jorge me preguntó:

¿Cuándo hablamos?.

 

Mañana -le respondí-.

 

Nos entrevistamos al día siguiente.

 

Acordamos iniciar de inmediato los trabajos necesarios, pero le pedí que en su “calidad de investigador de calidad” que era –confírmese si no en sus libros “de música y músicos” y “la música por dentro” y en su traducción y análisis de la trilogía sobre Ferruccio Busoni-,  buscara  antecedentes de la probable relación del Real Seminario de Minas y la Música. Si en nuestro Palacio de Minería había una capilla y hay en ella un coro, alguien debe haber tocado música ahí, le dije.

 

A los pocos días me trajo algunos documentos sobre trabajos del eminente musicólogo norteamericano Robert Stevenson, que después fueron fuente para un artículo de Jorge: “La Música y El Palacio de Minería” que está resguardado en su libro “de música y músicos” -y que espero quede también integrado a este libro-, en el que se asevera  que “el edificio de la Escuela de Minas, resultado del espléndido trabajo de Manuel Tolsá, fue casa de temporadas regulares de música de primera clase y desde poco antes de 1807, año en que se reseñaron por vez primera las “academias de música” del Palacio de Minería, se hicieron famosos y codiciados por los verdaderos entendidos los conciertos que la orquesta de los mineros, de los ingenieros, presentaba en aquel “grande y bien iluminado salón de la nueva escuela” que albergaba “una orquesta de mérito excepcional”. Según Stevenson, uno de los más importantes investigadores de la historia musical mexicana, “en las academias del Colegio de Minas, la historia de la música fue por primera vez en México, un tema para la discusión seria y la investigación”.

 

¡Ya está!, le comenté, nuestro proyecto se inicia con una tradición que lamentablemente fue interrumpida, pero que ahora retomamos; organizaremos la “Academia de Música del Palacio de Minería”, recuperando el termino de “las academias”, y la nuestra, además de tener una orquesta, como sucedía a principios del siglo XIX, podrá, en la medida en que los recursos lo permitan, promover música, músicos y compositores mexicanos, buscar talentos, invitar otras orquestas y conjuntos, etc..

 

A Jorge le encantó la idea y sugirió también un programa para rescatar música mexicana que se encuentra perdida, y músicos mexicanos injustamente dejados al olvido.

Así nació, en 1978, la Academia de Música del Palacio de Minería, de la idea original y bajo la dirección musical de Jorge Velazco, cuyos objetivos, además de colaborar a la formación cultural de la sociedad y particularmente de los estudiantes y profesionales de la ingeniería, fueron:

 

–      Formación de una orquesta de calidad superior: la Orquesta Sinfónica de Minería.

–      Presentación de obras nunca antes tocadas en México de autores consagrados por siglos en la tradición musical.

–      Presentación de obras que conjugaran la circunstancia de ser poco ejecutadas y de inobjetable calidad.

–      Estreno de obras escritas por autores mexicanos por encargo especial de la Academia de Música del Palacio de Minería.

–      Celebración de conciertos con obras gigantes que por su dificultad de producción, costo, cantidad y calidad requerida de los ejecutantes, no se pueden escuchar regularmente en México.

–      Organización de giras a México de conjuntos extranjeros de primera calidad.

–      Presentación de algunos de los más importantes y célebres artistas del mundo.

 

Jorge tendría que encargarse de “todo” lo artístico –selección y contratación de músicos y solistas, programación, partituras…, y todo el  complejo entramado de grandes y pequeños detalles  que requiere la organización de los conciertos y yo asumiría la responsabilidad de resolver el financiamiento del proyecto y la administración de la pequeña pero trascendente organización.

 

Para esto último, incorporé de inmediato al Lic. Héctor Álvarez del Castillo que era el Secretario Administrativo de la Facultad y poco tiempo después al Ing. Carlos Manuel Chavarri Maldonado, profesor de tiempo completo y melómano incurable y pertinaz, para atender a y contender  con Jorge Velazco, porque sus exigencias artísticas desbordaban con frecuencia las capacidades de nuestras arcas y sus exuberantes, innovadoras e ilimitadas propuestas, las posibilidades de atención personal del Director de la Facultad de Ingeniería, que tenía además, a pesar de lo que parecía creer Jorge, algunas otras cosas que hacer.

 

Este pequeño pero  eficiente grupo –debo decirlo sin falsa modestia- abordó el trabajo con gran entusiasmo y logró, además de gozar enormemente la realización de este proyecto, iniciar las actividades públicas de la Academia en el mismo año de 1978, con cuatro conciertos triples en el verano, la presentación en el Palacio de Minería del Quinteto de Alientos Dorian de Nueva York con Lukas Foss al piano en septiembre, y  en octubre con la Orquesta de Cámara de Moscú de Mikhail Teryan.

 

Los conciertos triples se llevaban a cabo viernes y sábados por la noche en la Sala Nezahualcóyotl y el domingo al medio día en el Palacio de Minería.

 

Un primer año espléndido que cerró en el mes de diciembre con el Coro de Wyoming de Carlyle Weiss y sus 160 voces, también en el Palacio de Minería y con dos conciertos dobles en la Sala Nezahualcóyotl, el primero con un programa de Música de la Viena Imperial -Strauss, Suppé, Lehar- y el otro de Música para Jóvenes -Prokofiev, Saint-Saens, Britten-, ambos con la Orquesta de la Academia y dirigidos por nuestro Director Musical Jorge Velazco.

 

En 1979 –celebrando el jubileo de la Autonomía de la Universidad- y en 1980, organizamos conciertos y recitales en enero, en abril, en octubre y en diciembre, la mayoría en la Sala Nezahualcóyotl y otros en el Palacio de Minería, tanto con nuestra Orquesta como con  orquestas, conjuntos y solistas invitados, además de que se empezaron a consolidar las series de conciertos de julio y agosto como los de nuestra “Temporada de Verano”, en la que tendríamos en adelante la presencia normal de nuestra orquesta.

 

La “Temporada de Verano” que nos garantizaba contar con los mejores músicos ya que las orquestas normalmente descansan en julio y agosto, convirtió a la Orquesta de Minería en lo que el maestro Juan Arturo Brennan llama “la Orquesta que toca cuando nadie toca”, y desde siempre, por la calidad lograda –agrego yo-, en “la Orquesta que toca como no toca nadie”.

 

En los primeros 5 años –los del tránsito del nacimiento a la consolidación-, con su orquesta y las de Xalapa, Dallas  -en dos ocasiones- con Eduardo Mata dirigiendo, Louisville, San Antonio, Atlanta y otros conjuntos musicales como el de las 160 voces del  “Coro del Estado de Wyoming”, la “Orquesta de Cámara de Moscú”, el “Kantorei del Templo del Espíritu Santo”, el “Ensamble Instrumental de Frankfurt”, el “Scottish Baroque Ensamble”, el “The New York  Kammermusiker”, el “Trio Western Arts”, el “Trio Oslo” y los “Atlanta Virtuosi”, la Academia ofreció en la Sala Nezahualcóyotl y el Palacio de Minería, ciento cincuenta y cuatro conciertos y recitales, con artistas de prestigio internacional como: Maureen Forrester, Hans Richter-Hasser, Nicanor Zabaleta, Leonid Kogan, Agustín Amievas, León Spierer, Thomas Brandis, Julius Baker, Norberto Cappone, Lili Kraus, Ida Haendel, Magda Tagliaferro, Eugene Fodor, Gerhard Oppitz, Hans Maile, Nina Horton, Wolfgang Boettcher, Lothar Koch, Abey Simon, Robert Shaw, Morton Gould, Lukas Foss, Joaquín Achúcarro, Eduardo Mata, Luis Herrera de la Fuente, Brian Priestman, Eberhard Finke, Kart Leister, John Ogdon, Carlos Prieto, Alfonso Moreno, María Teresa Rodríguez, Jorge Federico Osorio, Leonard Pennario, Eugene Istomin, Fiorenza Cossotto, Lili Chookason, Lorin Hollander, Ivo Vinco, Enrico di Giusseppe, Kathleen Battle….

 

Cumpliendo con la idea original, la programación de los conciertos estuvo compuesta por obras consagradas por el público; otras poco tocadas en México como el Concierto Fúnebre de Hartmann, la 5ª. Sinfonía de Mahler, el 2º. Concierto de violín de Paganini o las Fiestas Romanas de Respighi. Con obras que por su magnitud y dificultad de producción no se escuchaban frecuentemente en nuestro país como Carmina Burana de Orff, el Réquiem de Verdi, la Suite de Carmen de Bizet de Shchedrin, la Música para los Reales Juegos de Artificio de Handel, El Trovador de Verdi y la Gran Sinfonía Fúnebre y Triunfal de Beriloz; con obras de autores cuya importancia trasciende los límites profesionales de la música como las de Rousseau o de Federico el Grande de Prusia; de autores mexicanos como Don Lindo de Almería de Halffter, Sensemayá de Revueltas, la Obertura Republicana de Chávez, y otras nunca antes tocadas en México, como los Conciertos para dos Cornos de Handel, Pieza de Concierto para Cuatro Cornos de Schumman, Flos Campi de Vaughan Williams, Turandot de Busoni, Taras Bulba de Janacek, Serenata para Violín de Bernstein y el Concierto para Violín de Elgar.

 

Los grandes solistas vinieron con nosotros con emolumentos muy razonables, gracias a las gestiones personales de Jorge, amigo de casi todos o de sus representantes, a quienes entusiasmaba y convencía con un proyecto novedoso y con el atractivo de pasar unos días de turismo en nuestro país y de tocar en una de las grandes salas del mundo –la Nezahualcóyotl-,  de la que ya habían oído hablar pero que pocos entonces conocían, o en el magnifico marco del Palacio de Minería, cuna, sede y símbolo de la ingeniería mexicana, monumento arquitectónico extraordinario y desde su creación, en los albores del siglo IXX, importante centro de cultura nacional.

 

Me sucede con frecuencia que, cuando a manera de ejemplo relato que en 1980, Kathleen Battle nos cobró mil dólares por cantar la Misa de la Coronación de Mozart y Carmina Burana de Orff, en dos funciones, la gente me ve como a un gran mentiroso. Pero ahí estaban las relaciones de Jorge, y su gran visión y conocimientos musicales.

 

Y es que a todos extrañaba que una escuela de ingeniería y un gremio de profesionales -pues creamos un patronato constituido por ingenieros que explico adelante-, patrocinaran una orquesta sinfónica profesional de la más alta calidad, lo que nos atrajo siempre su simpatía y, enterados de nuestras limitaciones y nuestros esfuerzos por invitar sólo músicos de muy alto nivel, aceptaban colaborar con cobros casi simbólicos.

 

Se impulsó la composición musical comisionando obras a compositores mexicanos –Mario Lavista con “Ficciones” y Manuel Enríquez con “Sonatina”, obras que se estrenaron en 1980, fueron los primeros en esta apasionante actividad de la Academia- y se tomó como norma incluir en los programas música poco escuchada, pero de alto valor artístico, para mezclarla con los monumentos musicales consagrados más conocidos del público, e introducir música mexicana en el repertorio tradicional de los conciertos.

 

Se inició igualmente un plan editorial con “Ediciones Mexicanas de Música”, que lamentablemente se interrumpió casi al empezar, pero que sería hermoso retomar para los siguientes 30 años de nuestra aventura.

 

Un día sí y otro también, se veía a Jorge Velazco transitar sobre el puente del edificio de la Facultad de Ingeniería en Ciudad Universitaria, rumbo a la oficina de la Dirección, con su inconfundible indumentaria: sus “jeans” y su chamarra de mezclilla y, colgado al hombro, un grande y viejo portafolios de piel, del cual extraía cuando empezábamos nuestra plática, una carpeta de argollas con cremallera que contenía la información de “todo lo necesario”.

 

“Todo lo necesario” era una impresionante “base de datos” manuscrita –que hubiera requerido una computadora personal con una memoria generosa-, que abarcaba un directorio amplísimo de músicos, solistas, directores, agentes, editores de música, con todas sus coordenadas, monto de honorarios, compromisos y disponibilidades, limitaciones y posibilidades; sus propuestas de programas musicales; los requerimientos para cada concierto: “dotaciones” de músicos para cada obra –según la versión original, desde luego-, programas individuales de ensayo por ensayo para cada músico contratado y sus notas sobre su desempeño, la localización –en el mundo- de las partituras o de los instrumentos especiales que indicaban los autores, la logística de los transportes, los hoteles, las atenciones,…y una lista de etcéteras que se antojaba inacabable.

 

Incluía también –seguramente entre otras muchas cosas más- su abigarrada agenda de actividades personales -el noventa y cinco por ciento inherentes a nuestra orquesta y el resto a sus compromisos artísticos externos-, y los resultados de sus constantes e interminables llamadas telefónicas internacionales para concretar alguna contratación, llevado todo con una minuciosidad y una precisión de relojero suizo que garantizaba siempre, para cada asunto, la mejor opción de acuerdo con las circunstancias.

 

Era un hombre preciso, directo, escrupuloso, perfeccionista hasta la obsesión, de esos que -diría Cortázar- aprietan siempre el tubo de la pasta de dientes por el extremo. Era además y sobre todo, un amigo leal, extraordinario y entrañable.

 

Cada vez que salía de mi oficina, pasaba por mi mente, como fantasma apocalíptico, la preocupación, que desechaba de inmediato para atender con tranquilidad otros asuntos, sobre lo que sucedería si Jorge perdiera su “Biblia”, como yo llamaba a su carpeta de argollas, cuestión que, afortunadamente nunca sucedió.

 

El primer presupuesto, autorizado desde luego por el Rector Soberón, quien simpatizó de inmediato con la propuesta, fue sufragado con recursos de la Facultad de Ingeniería y los ingresos obtenidos de  los boletos vendidos para cada concierto, pero con la intención de buscar más adelante otras fuentes de financiamiento que hicieran de la Academia un proyecto que no grabara el presupuesto universitario.

 

Con esa idea, al inicio de nuestro segundo año de actividades invité a un primer grupo de 52 ex alumnos de la Facultad –seleccionando principalmente entre la membresía de la Sociedad de Ex Alumnos de la Facultad de Ingeniería, SEFI, a los más aficionados a la música, según nuestro leal saber y entender-, al que se agregó al licenciado Don Carlos Prieto, “ingeniero honorario de la SEFI”, hombre de gran cultura, músico y melómano de gran estirpe y al arquitecto Jorge Fernández Varela, Coordinador de Extensión Universitaria de la UNAM,  para integrar lo que llamamos entonces el “Patronato de la Academia de Música del Palacio de Minería”.

 

El Rector era el Presidente Honorario, y el Director de la Facultad de Ingeniería -en aquel momento quien esto escribe-, el Presidente Ejecutivo del Patronato.

 

Sus miembros tendrían la obligación de promover la venta de abonos para las temporadas de conciertos, y aportaciones y donativos para sufragar los gastos necesarios y en lo posible –cosa en aquel momento prácticamente imposible- ir creando un patrimonio para la Academia.

 

La respuesta no sólo fue pronta sino entusiasta, la lista se integró rápidamente y todos aceptaron y trabajaron espléndidamente; algunos, que por la inexorable finitud de la vida ya no están entre nosotros y otros, afortunadamente los más, a quienes en el camino se han agregado nuevos participantes que continúan colaborando casi 30 años después, todos orgullosos de formar parte activa de una institución que es ya punto de referencia de la vida musical y cultural del país. Para algunos, lo digo con gran satisfacción, se abrió una oportunidad de participación en un proyecto cultural que no se les había presentado y que ha sido una  actividad que han gozado enormemente.

 

Contaríamos ciertamente, habida cuenta de que se trataba de un proyecto universitario, con el Palacio de Minería y la Sala Nezahualcóyotl –y en alguna ocasión el Anfiteatro Simón Bolívar-como sedes de la Orquesta, sin más costo que el del acondicionamiento para cada concierto del primero –que no era poco, lo que influyó para que lo utilizáramos cada vez menos- y los gastos de personal necesarios para ofrecer las audiciones.

 

Pero no todo fue miel sobre hojuelas, la Academia tuvo en su primera etapa, sus momentos de serias dificultades tanto económicas como logísticas –algunos particularmente graves-, cuando al cambio de Rector, las autorizaciones presupuestales y las facilidades para el uso de la Sala no fueron tan tersas como al principio y después, al terminar mi gestión como Director, la poca simpatía de la administración central sobre la Academia no la hacían prioritaria en la Facultad y por lo tanto, no se justificaba una lucha ardua por los recursos y las facilidades universitarias con las autoridades de la UNAM.

 

Estos acontecimientos nos confirmaron el acierto de buscar la consolidación institucional de la Academia al integrar su Patronato de manera tal que, sin dejar de ser un proyecto universitario en su esencia y en su presencia, tuviera una autonomía de gestión que le permitiera sortear las vicisitudes políticas universitarias y que fuera reconocido en la Universidad como una organización civil -sin fines de lucro-  cuya motivación única era la de apoyar a la UNAM en un renglón de sus funciones sustantivas: la difusión de la cultura.

 

Un esquema semejante al de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Ingeniería SEFI, que ha sido probadamente exitoso y que no ofrece a sus miembros otro beneficio distinto a la oportunidad de ayudar a su Alma Mater. ¡Ni nada más, …ni nada menos!.

 

En este caso –el de la Academia-, sin embargo, en una actividad puntual que sería el proyecto musical que habíamos iniciado, aunque en él existiría además de la prerrogativa de participar en la creación de una institución de cultura universitaria, el gozar personal y familiarmente los eventos de la Orquesta, de enriquecerse culturalmente; de ser, además, orgullosamente, promotor de un asunto que trasciende el marco de la filantropía para ubicarse en el de quienes tienen el privilegio de estimular el arte, el de la música, el más universal de cuantos existen, en beneficio de toda la sociedad, sin más intereses que el de la superación de sus congéneres.

 

El Dr. Octavio Rascón, Director de la Facultad de Ingeniería y Presidente ex oficio del Patronato, aunque fue sensible a la importancia de la Academia y al entusiasmo de los patronos y apoyó en su primer año una breve temporada de cuatro programas triples con el “Ciclo Brahms” y un concierto de Música de Cámara, hubo de cancelar, por instrucciones de las autoridades de la UNAM,  la temporada de 1984 ya organizada y comprometida, e indemnizar a músicos y solistas, lo que fue, además de oneroso y complejo, un duro golpe al prestigio de la Academia y a las relaciones de amistad que se habían generado con el mundo musical.

 

Un momento decisivo en la existencia de nuestra Academia fue cuando al decidir la cancelación de la Temporada, la administración central de la UNAM intentó crear otra orquesta bajo sus auspicios y con otra Dirección Artística, que a imagen  y semejanza de la de Minería, usara el espacio del verano de cada año y naturalmente el espacio de la Sala Nezahualcóyotl, intento que se frustró al encontrar la negativa de los mejores músicos que había en México –que eran los de nuestra orquesta-, cuya lealtad estaba con la Academia y que no aceptaron integrarse al proyecto suplente.

 

El espíritu de cuerpo de los integrantes de nuestra orquesta y su lealtad con nuestra causa y con el liderazgo de Jorge Velazco, fueron, en ese momento particularmente difícil, determinantes para la supervivencia de la Academia de Música del Palacio de Minería. Por ellos hoy existe.

 

El año académico, a pesar de los pesares, fue “cubierto” con un concierto único,  que se realizó en noviembre en la Sala Ollín Yolitzin, con la participación de la Orquesta de Cámara de Minería –una orquesta más pequeña para hacer factible su financiamiento.

 

Esto se acordó en una memorable reunión presidida por el Ing. Rodolfo Félix Valdés y el que esto escribe, con algunos patronos y otros amigos, con el fin de “cubrir el expediente”, y no interrumpir, aunque sólo fuera simbólicamente, las actividades de la Academia. Se reunieron ahí los ciento setenta mil pesos que costó el concierto –únicamente el pago de los músicos-, ya que el ingeniero Francisco Noreña, miembro del Patronato, consiguió sin costo la Sala, y Jorge Velazco se negó a aceptar remuneración alguna.

 

Esta reunión tuvo una trascendencia grande, ya que en ella, además de lograr de inmediato el financiamiento del concierto, propusimos y fue unánimemente aceptado el organizarnos legalmente en una Asociación Civil que asumiera la responsabilidad de la vida de la Academia, a lo que pusimos de inmediato manos a la obra.

 

Unos días después de este concierto hubo cambio en la Rectoría de la Universidad; el nuevo Rector Jorge Carpizo apoyó nuestra idea y firmó el Acta Constitutiva de la nueva asociación civil –lo que sucedió el 19 de abril de1985-, en un gesto de solidaridad con un gremio que, en forma inédita, tomaba la responsabilidad de continuar un proyecto universitario de difusión de la cultura y ofrecía no sólo la posibilidad de mantener una expresión cultural que tenía ya arraigo y de superarla permanentemente, sino la de dar un ejemplo, que puede multiplicarse infinitamente en muy diversos ámbitos, de cómo los egresados de nuestra Alma Mater  pueden colaborar con ella en sus funciones sustantivas, asumiendo las responsabilidades financieras y de organización, siempre dentro del marco de su vocación académica y del respeto irrestricto a los lineamientos y a la autonomía de la Universidad.

 

La Asociación Civil se haría responsable de todo lo necesario y el Rector de la UNAM y el Director de la Facultad de Ingeniería serían ex–oficio, Presidente y Vicepresidente Honorarios, respectivamente.

 

Coincidimos los miembros de la nueva Asociación –los miembros del anterior Patronato a los que se agregaron nuevos entusiastas-, en que la persona adecuada para presidirla en esta nueva etapa era el ingeniero Saturnino Suárez Fernández, hombre emprendedor, de gran prestigio en el medio de los ingenieros y de la empresa nacional, maestro distinguido de la Facultad de Ingeniería, y sobre todo, para efectos de nuestro asunto, “un melómano consuetudinario”, un gran conocedor de la música clásica, un hombre dinámico, apasionado, exitoso y cordial.

 

Con su humor característico, Saturnino, quien lamentablemente y por decisión propia, sólo duró como Presidente siete años, cuenta que: “me lanzaron al ruedo –se refería muy particularmente a mi persona-, frente a un Miura, sin capote ni muleta; yo sabía de crear empresas –agrega-; a partir de la de ICA participé en la fundación de no menos de 90 durante medio siglo, pero otra cosa muy distinta era presidir una institución con una Orquesta Sinfónica. Aunque de principio no tenía la menor idea de que hacer ante el nuevo reto,  tratándose de un asunto universitario, lo acepté sin mucho pensarlo”.

 

Coincidió el inicio de su gestión, con el hecho de que Jorge Carpizo, al hacerse cargo de la Rectoría de la UNAM en enero de 1985, invitó a Jorge Velazo a dirigir la Orquesta Filarmónica de la Universidad, la OFUNAM, por lo que debió dejar la Dirección Artística de nuestra Academia. Jorge tuvo el tino, afortunadamente, de sugerirnos invitar al Maestro Luís Herrera de la Fuente a encabezarla.

 

Para ser sincero, creí que la importancia y el prestigio del Maestro Herrera de la Fuente como el más distinguido músico mexicano en activo, indiscutiblemente, y por ende el enorme cúmulo de compromisos nacionales e internacionales que tenía, harían casi imposible el convencerlo.

 

No fue así, por el contrario, nos encontramos a un gran entusiasta del proyecto que no sólo aceptó encabezar la Dirección Artística, sino que se convirtió, desde el primer día, en el promotor mas activo de la Academia.

 

La bonhomía, la mano suave, la experiencia y la capacidad de convencimiento de nuestro Presidente Saturnino Suárez, que aquí si ya llevaba la muleta en la mano izquierda, metieron en “la suerte” al Maestro Herrera –mis disculpas por los términos taurinos- quien por su parte no opuso la menor resistencia, e integraron desde el primer día una pareja que durante siete años mantuvo a la Academia a niveles magníficos de calidad y de prestigio.  Dos personajes singulares, de gran personalidad, que se potenciaron mutuamente en beneficio de la Academia de Música del Palacio de Minería.

 

Además de coordinar los trabajos artísticos de su competencia,  Don Luís exponía a diestra y siniestra, ante todos los auditorios, la “ejemplar labor de un gremio, inédita en la historia de la promoción musical en el mundo, que mostraba a tirios y troyanos como se debían hacer las cosas para hacer de la cultura un bien accesible a todos, con la mayor calidad y el mayor desprendimiento”.

 

La presencia de Don Luís Herrera de la Fuente en la Academia de Música del Palacio de Minería, a más de continuar la senda ascendente da la Orquesta, confirmó al mundo musical internacional que se trataba de un proyecto de largo alcance y de seriedad total y que se podía confiar en él institucionalmente.

 

Los avatares de aquella temporada cancelada y sus secuelas se diluyeron y las relaciones establecidas, ahora sumadas con las que el prestigio del nuevo Director Artístico trajo consigo, permitieron continuar por la senda de la superación.

 

Para dirigir las labores administrativas de la Academia, Saturnino invitó primero al ingeniero Arturo Baledón y después al colega Enrique Warnholtz, quienes habían trabajado con él en la ICA, hombres entusiastas, grandes aficionados a la música y eficientes administradores.

 

Sin embargo, Saturnino Suárez  y el Maestro Herrera de la Fuente, nos hicieron ver, que ante la magnitud que había alcanzado nuestra organización era necesario “profesionalizarla”. Los buenos oficios de “los buenos para todo” no eran ya suficientes y convenía “hacer mejor las cosas”. Se incorporó para ello al licenciado Ricardo Calderón, con amplia experiencia en el manejo de organizaciones musicales, como Gerente de la Orquesta y como buenos directivos y a la manera del “juego de Juan Pirulero”, nos asignaron a cada quien nuestras funciones y responsabilidades específicas.

 

Hoy, el Maestro Herrera de la Fuente se refiere a la Academia como “un proyecto con respeto artístico que trasciende los sexenios, caso único en nuestro país” y señala que sus diez años en la Academia fueron “sumamente placenteros”. “Nunca hubo dificultades en el trato entre quienes promueven y quienes dirigen artísticamente la Academia. Las fronteras de las decisiones, tan claramente delimitadas en las orquestas norteamericanas –dice el Maestro-, en nuestro país no existen, con la honrosa excepción de la Academia de Música del Palacio de Minería, lo que fue muy importante y para mí muy grato”.

 

Recuerda y se solaza diciendo que “su problema no era el discutir con los directivos de la Academia, sino  el no caer en el abuso de la confianza que le tenía un grupo de personas que no son profesionales de la música pero que los apasiona y el no caer en la tentación de manejar la Orquesta como si fuera suya; el evitar verse autoritario o soberbio frente a personas de gran calidad y generosidad excepcional que le dejaban trabajar en total libertad”.

 

Y dice algo que me llena de orgullo y trataré  de reproducirlo textualmente: “La más placentera de las estancias que yo he tenido entre las de las once orquestas mexicanas que he dirigido, es la de la Academia de Música del Palacio de Minería”. Se trata del reconocimiento de un “Señor” de la música mexicana a nuestra organización y naturalmente a la gestión impecable, tersa, suave y firme de Saturnino Suárez en la Presidencia de la Academia.

 

Esa reflexión del Maestro Herrera concuerda con la expresión de Ricardo Calderón que señala que “al ingresar a la Academia -donde por cierto no había nada que profesionalizar-, me encontré con una organización espléndida en la que todo estaba en su lugar, en la que había proyectos a mediano y largo plazos y en la que mi estadía fue no solo grata sino “paradisíaca”; trabajé ahí con verdadera veneración, y pude codearme con personajes de “las grandes ligas”, conocí gente extraordinaria con la que pude establecer relaciones entrañables de amistad perdurable”. También él había colaborado en otras orquestas mexicanas y habla de la de la Academia de Minería como “incomparable”.

 

Saturnino Suárez y el Maestro Herrera de la Fuente recuerdan “al alimón” –insisto en mis referencias taurinas-, algunos de sus momentos culminantes y de sus anécdotas especiales.

 

Se regocijan, por ejemplo, recordando la actuación del Coro “Ambassador” de Oklahoma cuyos integrantes, cantantes de color, además de su magnífica intervención con música de “Porgy and Bess” de Gershwin, nos regalaron con “cantos evangélicos” extraordinarios. Fue “uno de los conciertos más emotivos de mi vida –dice el Maestro Herrera-; el público lloraba y lloraban también los miembros del Coro”. Fue algo impresionante.

 

Muy diferente de la ocasión en la que nuestro Director Artístico  interrumpió en plena función pública un concierto de piano cuando la solista, la Sra. Suzanne Mc Cormik –descendiente de los propietarios de la marca de mayonesas del mismo nombre- olvidó su parte en el concierto para piano de Grieg. Y confiesa con cierto “sarcasmo culposo”, que se trató de una pianista que “prácticamente le impusieron” unos editores norteamericanos con quienes había negociado, muy favorablemente para la Academia, la elaboración de unos videos de los conciertos de la orquesta, los que,  por otra parte, lamentablemente no resultaron de buena calidad.

 

O la incorporación al programa de la Academia del Sr. Kaplan, importante empresario del mundo de las finanzas norteamericanas, hombre rico y excéntrico que “se sabía” la 2ª. Sinfonía de Malher – y en verdad se la sabía y la había dirigido con importantes orquestas- ,que Saturnino Suárez y él debieron aceptar de la “amistosa presión” del Secretario de Hacienda -que había sido compañero de estudios de Kaplan-, para que lo invitaran a dirigir la Orquesta, lo que resultó, por cierto, muy exitoso.

 

“¿Cómo le dices al Secretario de Hacienda que no?”, dice Don Luís irónicamente. “Es como si un monstruo te dice: o me firmas aquí o te mueres;…pues firmas”.

 

En 1992, el Maestro Herrera,  ante la carencia de coros de calidad en México, tuvo la idea de constituir un Coro Nacional que pudiera apoyar a las diferentes orquestas nacionales del país, particularmente las que tienen su sede en la Capital de la República. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes –entonces CNCA- consideró importante la idea, se creó el Coro y solicitó que la Academia lo administrara “temporalmente”, mientras se constituía una organización formal que lo atendiera. La idea, que parecía conveniente, y que permitió la participación del nuevo conjunto en diversos conciertos con varias orquestas del país, terminó en un conflicto laboral estando aún el Maestro Herrera al frente de la Orquesta -pero ya en la gestión de Víctor Mahbub como Presidente-, que finalmente y con algunos sobresaltos se solucionó, no sin antes confirmar la práctica nacional de que no hay nada más permanente que lo provisional.

 

Saturnino Suárez consideró, después de la temporada de 1992, que era suficiente su tiempo en la Presidencia y que había que entregar la estafeta –batuta en este caso-, a alguien que, melómano, promotor entusiasta y con capacidad de acercar a nuestra organización socios activos y recursos, pudiera “ser sorprendido por nosotros, seducido, “empujado al ruedo” y comprometido para continuar los esfuerzos desarrollados”. Propuso que abordáramos en primer término al ingeniero Víctor Manuel Mahbub Matta.

 

Así se hizo y ahí finalizó la búsqueda del candidato a la Presidencia de la Academia. Víctor aceptó de inmediato la invitación, se presentó su candidatura a la Asamblea de socios, y fue aprobada por unanimidad.

 

Cuenta Víctor, con quien me reuní, como en todos los casos, lápiz en ristre y grabadora en mano, “la fantástica experiencia que vivió encabezando nuestra Academia”.

 

Al hacerlo, entra en el túnel del tiempo y va recorriendo, no sólo cada programa musical de su gestión de once temporadas, sino un sinnúmero de anécdotas de toda índole de la espléndida aventura que es dirigir la Academia: las discusiones anuales con los Directores Musicales para definir la temporada de conciertos, primero con el maestro Luís Herrera de la Fuente, quien continuó al frente de la orquesta por tres temporadas con él y después con Jorge Velasco, que volvió a hacerse cargo de la batuta, a la salida del Maestro Herrera de la Fuente, ya terminada su gestión en la OFUNAM; los múltiples incidentes con los solistas, los serios conflictos laborales que enfrentó con el grupo coral que nos demandó; la necesidad de trasladar la sede de nuestros conciertos un par de temporadas al Palacio de Bellas Artes, cuando en 1998, la Universidad Nacional entró en esa larga noche de una lamentable huelga general, que impidió obviamente el uso de la Sala Nezahualcóyotl.

 

Y para no localizar sólo en lo nacional los problemas a resolver, Víctor trae a la memoria la ocasión en que el gobierno ruso quiso confiscar los instrumentos de los músicos que, al colapso de la Unión Soviética salieron de su país –instrumento en mano- y fueron acogidos en México y en nuestra orquesta, argumentando que eran “propiedad del Estado”. Finalmente el asunto se solucionó favorablemente para los músicos.

 

Casi como síntesis de sus satisfacciones en el honroso encargo, Víctor Mahbub recuerda -y yo también, ya que fui testigo-, que en una reunión de la Asociación Mundial de Academias de Ciencias e Ingeniería que tuvo lugar en Zurich, Suiza y en la que presentó una ponencia que le había exigido –dice- un considerable trabajo, cuando más le aplaudieron los asistentes fue en el momento de que en la lectura de su currículo se dijo que era Presidente de la Academia de Música del Palacio de Minería. Admirados, los asistentes se mostraban incrédulos e impactados de que un grupo de ingenieros, por amor a la música y a su Universidad, patrocinara una Orquesta Sinfónica profesional de alta calidad. No sé si alguno de los asistentes recogió la idea y haya por algún otro rincón de este planeta otro grupo de locuaces ingenieros que patrocine, aunque sea un pequeño conjunto musical.

 

Pero volvamos a los presupuestos anuales, cuya satisfacción ha sido motivo de gran preocupación y enorme ocupación de todos quienes hemos presidido la Academia.

 

Yo me imagino que es de una experiencia con alguna orquesta, que los expertos en administración inventaron la técnica del “Presupuesto por Programa”, porque cada modificación de una obra, de un solista, de la cantidad de músicos que exige la “versión original”, del número de “servicios” -como se llama a los ensayos en el “argot” musical-, que requiere la dificultad de la obra en cuestión, etc., los presupuestos ascienden como la espuma del mar y la negociación con el Director en turno para ajustar los montos, sin afectar desde luego la calidad, ni faltar al respeto ni al autor, ni al Director, ni a los músicos, ni al público, se convierte en asunto más delicado que el pétalo de una rosa.

 

Eso, el tratar de transitar de un “Presupuesto por Programa”, a lo que podríamos llamar la pragmática técnica de un “Programa por Presupuesto”, conservando la tendencia de superación de la Academia ha sido el asunto más difícil que nos ha tocado a los Presidentes, y que todos reconocemos haber logrado finalmente, gracias a la comprensión y a  la enorme habilidad, calidad humana, conocimiento y sensibilidad de nuestros Directores Artísticos.

 

La excelencia de las interpretaciones ha sido denominador común de todos los Directores Artísticos que han sido de la Academia, quienes siempre han querido tocar “la versión original”, contar con “los instrumentos idóneos” –lo que nos ha hecho traer campanas especiales de Alemania o un “címbalon” de enorme valor de Hungría y que, como anécdota adicional, Víctor Mahbub recuerda que estuvo perdido un tiempo en una aduana de tránsito, instrumento que además, tocaba una sola interprete -Eva Sovago-, a quien había que traer con el instrumento-, por citar dos entre decenas de ejemplos, a cual más sui generis.  

 

Años antes de la anécdota de Víctor, debimos traer otro “címbalon”, este de los Estados Unidos, igualmente con su dueña, Toni Koves-Steiner, también la única que lo tocaba, para interpretar la misma obra: el Háry János de Kodaly.

 

Los solistas y Directores Huéspedes, cuya calidad y prestigio eran directamente proporcionales  a sus honorarios debían estar a la altura de los deseos de nuestros Directores Artísticos, válidos pero onerosos.

 

Sin embargo la amistad entre ellos nos permitió disfrutar de virtuosos que únicamente se pueden oír en las Salas más importantes y caras del mundo, con erogaciones razonables.

 

Algunos, cuyos nombres no menciono para no comprometer su generosidad frente a otras organizaciones, nos entregaban recibos de honorarios por el monto que acostumbraban cobrar –no podían disminuir el monto sin afectar otros contratos- y después nos daban un donativo por la misma cantidad, como una aportación “al esfuerzo cultural extraordinario que hacía el gremio de los ingenieros”.

 

Víctor Mahbub recuerda el sudor frío que le produjo un recibo por cien mil dólares de uno de los grandes solistas que han distinguido a nuestra orquesta, antes de saber de su donativo equivalente.

 

Pero no olvida, en reciprocidad, el enorme cúmulo de satisfacciones que acarrea la Presidencia de la Academia y el enriquecimiento personal, en la sola discusión de los programas con los Directores Artísticos o en los testimonios obtenidos en los ensayos o en las cenas que se acostumbra dar a los solistas después de sus interpretaciones.

 

Evoca también, que durante su gestión se inició una nueva relación de apoyo con CONACULTA que persiste y que ha sido muy fructífera para ambas instituciones.

 

Cuando él asumió la Presidencia, era el Maestro Herrera de la Fuente el Director Artístico, con quien tuvo siempre una relación de enorme respeto  y de gran profesionalismo. Se invitó a grandes solistas y se incorporaron magníficos músicos a la orquesta. No se aceptó nunca distorsión alguna ni fallas en la calidad.

 

Subraya Víctor que durante su gestión se dio igualmente el episodio de la Señora McCormick o la sustitución  de un par de solistas que no dejaron satisfecho al Maestro en los ensayos, que la exitosa promoción de jóvenes músicos como Gabriela Jiménez, a quién el maestro Herrera de la Fuente debutó como solista en el concierto de marimba de Rosauro Ney, o la de la compositora Marcela Rodríguez cuyo Concierto para flauta dulce y orquesta, comisionado por la Academia, interpretó Horacio Franco.

 

Al término de la Temporada de 1995, sorpresivamente para Víctor, el Maestro Herrera de la Fuente le informó de su decisión de dejar la Dirección Artística de la Academia, decisión que se fincaba, entre otras cosas, en una antigua consideración personal. Luego de permanecer durante veinte años al frente de la Sinfónica Nacional, lo que más tarde consideró según sus propias palabras un error, se prometió a sí mismo no estar más de diez años en ningún cargo.

 

Cumplido su plazo en la Academia, lo comunicó a Víctor Mahbub, indicándole que él no proponía candidato alguno para sustituirlo.

 

El Maestro Herrera de la Fuente dejó en su paso como Director Artístico, una huella imborrable en la Academia y en todos quienes le tratamos, de bonhomía, de artista de altos méritos, de amigo, de hombre ético, huella tan profunda que no le permitimos  desligarse de nuestro proyecto, que ha sido también suyo y con el que sigue comprometido y entusiasmado.

 

Ante la salida de Don Luís, Víctor Mahbub invitó a Jorge Velazco, quien había terminado su gestión en la OFUNAM, a retomar la batuta de nuestra Orquesta, lo que hizo con renovados ánimos.

 

“Trabajé con dos personalidades totalmente diversas -señala Víctor-, dos estilos y dos temperamentos distintos, dos generaciones diferentes –el maestro y el alumno, ahora ya maestro también-, aunque una misma formalidad, un mismo rigor musical, una misma vocación de excelencia, una  misma ética a toda prueba”.

 

Nuevo estilo, nuevos solistas, nuevos directores huéspedes, nuevos autores, una orquesta renovada, espléndida, fue la propuesta de Jorge que quiso regresar “en grande”.

 

Obras espectaculares, clínicas con los solistas invitados para superar la calidad del conjunto -a las que siempre él asistía-, apego irrestricto desde luego a las “versiones originales”, en fin, exigencia total para la excelencia musical, con la meta de continuar con la calidad ascendente de la Orquesta.

 

Jorge Velazco -relata Víctor- transportaba a los músicos al momento y a las circunstancias en que se había compuesto la música que iban a interpretar, para ubicarlos en el espacio y en el tiempo de la obra y del compositor. No en balde, Jorge es, según Stevenson,  independientemente de un músico estudioso, serio y profundo, el “ensayista musical más importante de México”.

 

No sin duras negociaciones en relación con los programas musicales o con los presupuestos, Jorge y Víctor, cuyos caracteres, que no eran precisamente de “Hermanas de la Caridad”,  los enfrentaban con frecuencia, llegaron siempre a acuerdos benéficos para la Academia y consolidaron una amistad entrañable, según relata Víctor, recordando con nostalgia y afecto sus discrepancias y naturalmente también sus grandes coincidencias, cuyo resultado finalmente fue, para la Academia, de siete años de éxitos musicales, la presentación de magníficos solistas y Directores y de grandes obras musicales.

 

Les tocó a ambos el exilio a Bellas Artes por las dos temporadas a que nos obligó la huelga universitaria a que ya me he referido y las difíciles negociaciones para mover el horario del Ballet Folklórico de Amalia Hernández, necesario para mantener el de la Academia que ya tenía a su público acostumbrado, lo que se logró con el apoyo de Ricardo Calderón que para entonces era Subdirector del INBA, pero continuaba, como continúa, con la camiseta de la Academia pegada a la epidermis.

 

Recuerda Víctor, como momentos musicales excepcionales de su gestión, el cierre de la Temporada de 94 con la Misa de Difuntos de Beriloz –¡que me aceptó el Maestro Herrera!, dice orgulloso-, la 9ª. Sinfonía de Beethoven en 95 y ya con Velazco:  Carmina Burana de Orff, en 96; el Réquiem de Verdi en 97, la Misa de Coronación de Mozart   con el Coro de Houston, Francisco Araiza y Leona Mitchel, ¡nada más! y la 3ª Sinfonía de Malher en 98; el Ciclo Beethoven en 99 –cuando hubo que recortar la Temporada a 7 semanas por problemas económicos-, otra gran 9ª. de Bethoveen con el Coro de Houston, el Háry János de Kodaly  y La Antártica de Vaughan Williams en 2000; “los programas a la usanza antigua” en 2001 y en el programa de 2002, la Misa de Lord Nelson de Haydn –también con Araiza-, la 7ª. de Beethoven, esta dirigida por Lukas Foss y nuevamente la Misa de Difuntos de Beriloz que Velazco dedicó al Maestro Herrera de la Fuente.

 

Y naturalmente se refiere a los grandes solistas y Directores Huéspedes que se presentaron durante su gestión como el propio Araiza -que como algunos de los músicos que se citan adelante, ha honrado a la Orquesta en diversas ocasiones-, Leona Mitchel, Dubravka Tomsic, Alexander Toradze, Pierre Amoyal, Antón Nanut, Rosario Andrade, Ramón Vargas, Santiago Rodríguez, Alvaro Cassuto, Maxim Shostakovich, Lukas Foss, Pascal Devoyon, Ray Still, Wolfgan Boettcher, Andreas Blau, Gabriel Estrellas, Gerhard Oppitz, Eugene Fodor, Alfonso Moreno, Ida Haendel, Barbara Davis, Encarnación Vázquez, Klaus Stoll por citar sólo algunos, y desde luego León y Carlos Spierer.

 

Carlos de la Mora Navarrete asumió la Presidencia de la Academia con un enorme entusiasmo, al solicitar Víctor Mahbub, al término de la Temporada de 2002 su sustitución, después de casi once años de una febril actividad.

 

Carlos solicitó, además del apoyo unánime de Consejo, que obtuvo plenamente, que continuara en la Dirección Artística Jorge Velazco, quien por otra parte ya tenía organizado y comprometido el programa de la Temporada de 2003. Jorge aceptó y empezaron de inmediato a trabajar en perfecta armonía y naturalmente con gran eficiencia y con ánimos renovados.

 

De la Mora llegó a la Presidencia con una especie de hiperactividad crónica y sugirió una serie de novedades que sacudieron el devenir normal de la Academia y que le dieron nuevas dimensiones muy enriquecedoras.

 

Propuso desde un principio, el abrir la membresía de la Asociación Civil a universitarios de otras profesiones distintas a la ingeniería, que han venido a colaborar entusiastamente con los ingenieros fundadores; promovió, desde la primera temporada musical que le tocó organizar, un cierre con un “Concierto de Gala”, fuera de abono, que permite por una parte recaudar más fondos para la Academia y por la otra presentar obras excepcionales, de gran envergadura, difíciles de presentar por su complejidad y costo, y que han tenido gran éxito.

 

Para facilitar el financiamiento de la Academia, estimuló los “conciertos dedicados”, patrocinados por instituciones públicas y por empresas privadas, que son generalmente “avant premieres” de los conciertos de la temporada normal, a los que invita la institución patrocinadora, con una magnífica respuesta, así como conciertos privados, que además del beneficio económico que producen, permiten incorporar al conocimiento de la Academia, a nuevos públicos. E igualmente, presentaciones filantrópicas de la Orquesta para apoyar causas nobles, que amplían la presencia y afirman los valores éticos de la Academia.

 

Atendió una importante función, un asunto pendiente, un tema fundamental que se había abordado esporádica y casi exclusivamente en la Facultad de Ingeniería y que Carlos ha  institucionalizado y ampliado: el llevar música de alta calidad a  diversas Escuelas y Facultades de la Universidad, con cuartetos, quintetos, …, en fin, con conjuntos pequeños pero con música grande, lo que ha tenido una aceptación tan entusiasta en la comunidad universitaria, que han debido multiplicarse año con año, cumpliendo así una función educativa de primera magnitud e induciendo al gusto por la música clásica a miles de estudiantes de la Universidad. ¡No todos los jóvenes pueden ir a la música clásica, había que llevar la música clásica a los jóvenes!.

 

Emprendió también, con ánimo plausible, la edición de discos con nuestra orquesta, asunto que se había acometido sólo eventualmente, y más como acciones personales de los Directores Artísticos que como programa consistente de la Academia y profesionalizó los cursos de apreciación musical para cada Temporada de la Orquesta.

 

Y en un firme e importante paso hacia la modernidad, instrumentó para la Academia una página “web” francamente buena, la que además de contener toda la información sobre nuestra organización y sus programas, cuenta con un archivo fotográfico estupendo que a más de  permitirnos recordar escenas entrañables nos muestra “algo más jóvenes”, y en la que se incorporó “la fonoteca” de la Academia que nos da la oportunidad de escuchar en nuestra computadora, en todo momento –aunque sea con “música enlatada” como llamaba Eduardo Mata a los discos- las interpretaciones de la Orquesta.

 

“Mi noviciado como Presidente fue muy grato –dice Carlos de la Mora-, Jorge Velazco se convirtió de inmediato en mi amigo y mi maestro en cuestionas musicales. Nuestra relación fue espléndida aunque lamentablemente fugaz”. Ocho meses después de asumir su responsabilidad al frente de la Academia, un accidente vascular aquel malhadado 5 de agosto de 2003, dio fin a la fructífera vida de Jorge.

 

Fue un momento triste, grave y delicado para la Academia. En el mismo hospital en que falleció Jorge, en mi compañía y con León Spierer que llegó de Europa a los pocos minutos del fallecimiento – venía a tocar con la orquesta en un concierto y a dirigir otro-, Carlos solicitó a León que dirigiera también la siguiente función, lo que aceptó no sin pena e hizo en forma extraordinaria y con una emoción especial, sustituyendo a su amigo entrañable.

 

Ahí mismo organizamos un homenaje a Jorge, que se dio al día siguiente del fallecimiento en la Sala Nezahualcóyotl, con la Orquesta en pleno y el cuerpo presente de su Director Artístico, simbólicamente en el podium.  Su familia y cientos de amigos y admiradores de Jorge, escuchamos, contristados y apesadumbrados, el “Crisantemo” de Puccini y la “Sinfonía de los Adioses” de Haydn con que su Orquesta despidió a su Director Fundador. La ausente presencia de Jorge hizo resonar en el silencio su permanente recomendación a la orquesta: “Si no llego, empiecen sin mí. La música tiene que continuar”. Esta vez llegó, para despedirse para siempre.

 

“Este accidente es, expresa Carlos, obviamente, el asunto más lamentable y triste de mi gestión; la tristeza continúa aún, pero el recuerdo de Jorge Velazco ha sido para mí un elemento siempre presente que me impulsa en todo momento a seguir con enorme entusiasmo la misión que se me ha asignado en la Academia”.

 

Habíamos perdido a nuestro Director Artístico en plena temporada, agregando a la pena generalizada, enormes trastornos para su sustitución urgente.

 

Su último concierto, punto crucial en la historia de la Academia, y momento premonitorio del final de la vida de Jorge Velasco, fue excepcional. La emoción tanto de nuestro Director como de la de la audiencia fue especial; me hizo recordar la última presentación pública de Herbert von Karajan, su maestro admiradísimo, que en Salzburgo “se tocó” su Réquiem –de Verdi- y con gesto enérgico nos impidió aplaudirlo.

 

Jorge estaba transformado, en una especie de éxtasis profundo de religiosa introspección. Dos días después de aquella función extraordinaria, cuando el doctor que lo atendió salió del quirófano para darnos la noticia del deceso, entendí aquella sensación sobrecogedora. Estoy seguro ahora que él lo presentía y estoy persuadido de que gozó aquel concierto con una especie de aceptación mística.

 

Con la partida de Jorge no solo terminaba una época brillantísima de la Orquesta Sinfónica de la Academia; se cerraba el ciclo de su promotor original. No fue Jorge únicamente el primer Director Musical –como lo llamamos en el inicio de esta aventura apasionante-, fue, como expresé al principio de esta crónica, el creador de esa idea que casi tres décadas después, había alcanzado –como señalaba Reyes- alturas en un principio inimaginables.

 

Como “cómplice” de Jorge en el proyecto magnífico de la Academia de Música del Palacio de Minería, como su primer solitario compañero de esta aventura, hago un paréntesis en este relato para rendir un homenaje a quien por su inteligencia, su tesón, su carácter, su entrega, su lealtad, su espíritu universitario, debemos la existencia de nuestra Academia y el orgullo de haber institucionalizado un proyecto cultural de excepción que ahora llega a los 30 años, lamentablemente sin Jorge, pero con perspectivas enormes que harán trascender, en el tiempo, su memoria.

 

Unos días después de esa fecha y en tanto León Spierer atendía los dos siguientes conciertos, se decidió designar al maestro Carlos Spierer nuevo Director Artístico, quien, aunque estaba establecido en Alemania, conocía el proyecto de la Academia casi desde su inicio por una antigua y cercana relación con Velazco, y aceptó la invitación considerando esta responsabilidad compatible con sus compromisos en Europa.

 

Se trataba de un magnifico y joven Director de Orquesta, de nacionalidad alemana y de sangre argentina, nacido en Suecia por azares del destino, con una sólida carrera musical, e identificado  con la orquesta de Minería con la que había tocado ya como Director Huésped. El conocía la orquesta  y nuestros músicos lo conocían a él y lo respetaban como músico.

 

Carlos Spierer dirigió los conciertos que faltaban de la Temporada de 2003 y organizó las dos siguientes. Un nuevo estilo, una nueva propuesta, nuevas ideas musicales otra vez, pero la misma profundidad, el mismo respeto por la calidad y la búsqueda de la perfección musical, que hicieron que el tránsito abrupto, inesperado, de un Director a otro, tuviera una solución de continuidad tersa, cuyo resultado fue una magnífica respuesta de los músicos y del público.

 

La dirección de Carlos Spierer fue espléndida y su paso por la titularidad de la Dirección Artística, aunque breve, ya que desde un principio se trató con él la necesidad –tanto por cuestiones logísticas como económicas- de buscar en el mediano plazo un Director de su calidad con residencia en México, marcó también una etapa artística memorable, con personalidad propia y con trascendencia.

 

Independientemente de la alta calidad permanente de los conciertos, Carlos de la Mora califica como inolvidables, en la etapa de Carlos Spierer –las Temporadas de 2004 y 2005-: “La Consagración de la Primavera” de Stravinsky, el “Nabuco” de Verdi que presentó en versión de concierto con el Coro de la Sinfónica de Houston y su “Carmina Burana” de Carl Orff así como el Vals Triste de Sibelius que dirigió José Areán.

 

Pero Carlos de la Mora regresa a “la colección de sus recuerdos” de los grandes momentos musicales en su gestión siendo Director Artístico Jorge Velazco en el 2003: las obras con la armónica de cristal para el Adagio de Mozart y el Melodrama de Beethoven con Thomas Bloch, “el poeta de la armónica de cristal”; el vigésimo concierto para piano de
Mozart con Gerhard Oppitz, la cuarta sinfonía de Mahler con Irasema Terrazas y su sutil andar descalzo por el escenario y desde luego el segundo concierto para piano de Rajmaninov con Valentina Lisitsa en la última aparición de Jorge, y en el inter regno entre Velazco y Carlos Spierer, los espléndidos conciertos dirigidos por León Spierer y sus interpretaciones del “Juego de Dados” de Mozart, con el apoyo tecnológico del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y Sistemas de la UNAM, su espectacular versión del Bolero de Ravel, su inolvidable Marcha Radesky de Strauss y el Capricho Italiano de Tchaikovsky y la “Sinfonía de los Adioses” de Mozart en el homenaje póstumo al Director desaparecido.

 

Y aun cuando de León Spierer hace remembranzas de obras espléndidas que ha dirigido con la Academia, no olvida el concierto que no tocó, al ser atacado por un intempestivo cólico nefrítico que lo llevó de emergencia al quirófano. De emergencia también, fue sustituido exitosamente por Fernando Minos y José Areán quienes sin ensayos previos –mérito indiscutible de ellos y de la orquesta, incluido el hecho de que entre lo que dirigió el Maestro Areán estaba un estreno mundial de una obra encomendada por la Academia- tomaron la batuta para dirigir cada uno una parte del concierto. Ambas intervenciones, la de los Directores y la de los cirujanos que operaron a León, fueron afortunadamente inmejorables.

 

La Temporada de 2006, estuvo ya a cargo, artísticamente, del joven Director mexicano Carlos Miguel Prieto, músico talentoso y carismático, ya con palmarés importantes en su currículo, quien asimiló rápidamente la vocación de la Academia y continúa con la misma convicción de sus antecesores la misión cultural, educativa y social de nuestra organización. Una vez más, el sello personal del Director Musical y su criterio artístico han dado nuevos ímpetus a la orquesta, sin alterar en un ápice la tradición de nuestro conjunto musical de respetar la idea original de los compositores, de buscar permanentemente la excelencia artística y de ofrecer a nuestro público nuevos y atractivos proyectos musicales.

 

Ya hoy, tan sólo con dos escasas temporadas bajo su Dirección Artística, son de recordarse bellas actuaciones de la Orquesta como el Homenaje a Mozart en el Palacio de Minería, la Misa en do menor de Mozart, “Una sinfonía alpina” de Richard Strauss y dos joyas que presentó con Directores Huéspedes: la ópera concierto “Ascanio in Alba” de Mozart con John DeMain y  la imponente “Atlántida” de Manuel de Falla que dirigió Antonio Ross-Marbá, en 2006.

 

Y desde luego el “ciclo Beethoven” de la Temporada 2007, en el que comparte el podium con Sylvain Gasancon y José Areán y que inició con un programa extraordinario con la Missa Solemnis de Beethoven con el Coro de Houston y en el que se tocó como homenaje a la Universidad el Aleluya de Haendel, en vista de que unos días antes la UNESCO había designado al campus original de la Ciudad Universitaria, inaugurado en 1952, como “Patrimonio de la Humanidad”.

 

 

Este recorrido a vuelo de pájaro, este paisaje con gruesas pinceladas de los treinta primeros años de la Academia de Música del Palacio de Minería, que por breve deja necesariamente fuera del relato múltiples acontecimientos importantes, muchos nombres de gente que con enorme generosidad ha entregado su esfuerzo a esta causa fantástica en que se ha convertido nuestra Academia, y a quienes ofrezco mis disculpas por la omisión involuntaria y mi reconocimiento por su entrega desinteresada, no nace de la pluma ni del oficio; nace de la emoción y de la remembranza de quien esto escribe y de quienes, habiendo estado a cargo de la responsabilidad de guiarla me las transmitieron generosamente.

 

Esta experiencia, me refiero a las entrevistas con Luís Herrera de la Fuente, Saturnino Suárez, Víctor Mahbub, Carlos de la Mora, Carlos Chavarri, Ricardo Calderón, a quienes agradezco enormemente sus reminiscencias emocionadas que han hecho posible este relato, ha sido apasionante.

 

No faltó la entrevista con Jorge Velazco; está contenida en mis recuerdos, porque la tuve a lo largo de tres décadas, en todos los momentos –aún en los de su ausencia de la Dirección Artística-, alegres o difíciles por los que transcurrimos, para crearla y para cultivarla.

 

Todos, sin excepción. Me hablaron de la Academia con los rostros sonrientes, con un orgullo y una satisfacción implícitos y explícitos, que dan un significado especial a esta aventura. Todos también, sin excepción, minimizaron los momentos difíciles –porque todos los hemos tenido-, económicos, laborales, universitarios, personales, en beneficio de sus remembranzas gozosas. Y llega a tal extremo este sentimiento positivo, que Saturnino Suárez comentó que “cuando para esto se pide dinero, todos lo dan sin condiciones”; ¡esto sí que es –para bien y en mérito de la Academia- olvidar los momentos de angustia!.

 

Disfruté en las reseñas de cada uno sus personales alegrías, su orgullo de haber participado importantemente en los logros de esta hermosa actividad, su emoción al repasar pasajes de su gestión, su pasión por la labor que realizaron o realizan. Cuando se referían a los momentos culminantes, a tal o cual concierto, sentí que los vivían nuevamente, y me hicieron volverlos a vivir con ellos.

 

Trasladados en el tiempo a “aquella ocasión en la que oímos a…”, escuchaban nuevamente “en vivo y en directo”, “en tiempo real”, en esa primitiva y fantástica “realidad virtual” que es la memoria humana, aquellos momentos inolvidables; sonaban otra vez en su mente, estoy seguro, los bellos acordes recordados, se regocijaban en la misma forma que cuando se dieron en la Sala las interpretaciones que los conmovieron especialmente.

 

Otro milagro producto de esa religión apasionante que es la música, que tiene cada vez más feligreses y, como en toda religión, algunos fanáticos irredentos, incorregibles, como mis entrevistados y su entrevistador.

 

No sé cuantos músicos han integrado nuestra orquesta en los treinta años de su existencia, pero si sé que todos, puedo afirmar que sin excepción, han sido de altísima calidad, los mejores en cada atril y en cada momento. Todos, cuyos nombres dan lustre a los programas que para cada temporada ha impreso la Academia de Música del Palacio de Minería en estas tres décadas, pueden decir con orgullo, que pertenecen a la elite mas exclusiva de los músicos excepcionales. A todos, también sin excepción, nuestro agradecimiento por haber hecho y seguir haciendo posible, por hacer realidad las buenas intenciones  de los Directores Artísticos y de los promotores de la Academia, de tener siempre “la mejor orquesta”, una “orquesta de calidad superior”.

 

Sea para todos ellos nuestro reconocimiento en las personas de sus Concertinos: Lorenzo González, Lacy Mc Larry, Yaron Prensky, Larry Shapiro, Luis Samuel Soloma, Vera Silantieva, León Spierer, Viktoria Horti y Fernando Minos, señalados en estricto orden de aparición.

 

Sé menos aún, cuántas personas –cientos de miles ciertamente- han escuchado nuestros conciertos, tanto en vivo como en los discos que cada vez en mayor cantidad circulan de nuestras interpretaciones, pero para todas, que son el destino fundamental de las actividades de la Academia, nuestro agradecimiento mayor porque es por su asistencia cada vez más amplia y constante, mas conocedora y exigente, que podemos estar celebrando el trigésimo aniversario de nuestra fundación con enorme júbilo, con remembranzas llenas de emoción y forjando una historia plagada de éxitos culturales y engalanada con nombres de músicos virtuosos con los que se honraría la marquesina más exigente de cualquiera de las grandes salas de concierto del mundo.

 

Pero si espléndido es el trayecto ya recorrido por la Academia de Música del Palacio de Minería, es aún más promisorio su futuro.

 

Cuando una institución como la nuestra ha superado los momentos críticos de sus primeras experiencias, cuando se han disipado las dudas iniciales y se han consolidado sus valores; cuando se ha comprobado la bondad de sus fines y propósitos; cuando se ha hecho evidente la entrega desinteresada de sus promotores; cuando se ha demostrado la factibilidad de lograr una organización eficiente y la permanencia de una expresión de calidad artística del más alto nivel, y sobre todo, cuando alrededor de esta propuesta se ha reunido una pléyade cada vez mayor de hombres entusiastas y comprometidos que la cuidan, la respetan y la proyectan –me refiero a los promotores y a los músicos-, cuando ya forma parte del ser artístico y cultural de la ciudad y del país, el futuro no puede sino ofrecer paisajes de superación.

 

Seguramente, como ha acontecido en los últimos años, habrá cada vez más gente dispuesta a ofrecer su esfuerzo al logro de metas más altas para la Academia. Habrá cada vez más, también, amantes de la música que seguirán sus presentaciones y la acompañarán en nuevas expresiones, dando con ello el apoyo que requiere toda manifestación artística y justificando su existencia, lo que permitirá que las “academias de música” del Palacio de Minería, que hicieron famosos y codiciados por los verdaderos entendidos los conciertos que la orquesta de los mineros, de los ingenieros, presentaba en aquel “grande y bien iluminado salón de la nueva escuela” que albergaba “una orquesta de mérito excepcional” no sea sólo la  añeja e interrumpida tradición del siglo IXX, sino la espléndida y permanente realidad del siglo XXI.

 

Estoy cierto que esto permitirá retomar algunos temas pendientes: la presencia internacional, el apoyo a jóvenes talentos musicales, las ediciones de música, el rescate de obras mexicanas perdidas, el apoyo a la investigación sobre música y músicos mexicanos y muchos temas más que surgen a diario de las ideas de los miembros de nuestra agrupación y de las propuestas de nuestro público, porque la Academia, para nuestra satisfacción y su fortuna, ya tiene “su público”.

 

Todo el recorrido de estos treinta años, ha sido un trayecto universitario como lo seguirá siendo en el futuro. Desde su origen en la Facultad de Ingeniería, la Academia de Música del Palacio de Minería es un proyecto de la Universidad Nacional. Quienes hemos dirigido esta organización, hemos sido consientes de que nuestro compromiso no es sólo con una institución de cultura que patrocina una espléndida orquesta, sino con nuestra Casa de Estudios, con todo lo que esto significa. La Universidad es causa y origen de esta propuesta. A ella el agradecimiento de todos los que hemos participado en la Academia, por darnos la oportunidad de colaborar en la atención de una de sus funciones sustantivas, la creación y la difusión de la cultura y con ello permitirnos retribuirle en algo, así sea simbólicamente, por lo mucho que de ella recibimos.

 

Por eso nuestra tarea, inspirada por la vocación educativa de la Universidad y por la convicción de que la cultura, y en ella la música, es elemento esencial de la formación del individuo, no la concebimos como una actividad filantrópica, sino esencialmente como un gesto de gratitud hacia nuestra  Alma Mater y como un modesto acto de colaboración al esfuerzo extraordinario e invaluable de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Así lo han entendido Guillermo Soberón Acevedo, Jorge Carpizo Mac Gregor, José Sarukhán Kermes, Francisco Barnés de Castro y Juan Ramón de la Fuente, Rectores de nuestra Máxima Casa de Estudios, y los Directores de la Facultad de Ingeniería, Octavio Razcón, Daniel Reséndiz,  José Manuel Covarrubias, Gerardo Ferrando y Gonzalo Guerrero, quienes han brindado a la Academia su apoyo más decidido y han hecho suyo, de la Universidad, este proyecto. A todos ellos, quienes hemos estado comprometidos con él, les expresamos nuestro reconocimiento más amplio por su comprensión y nuestro agradecimiento por su invaluable colaboración personal e institucional a la causa de la Academia. El protocolario lugar común de “sin su apoyo no hubiera sido posible haber logrado lo que hoy conmemoramos” no es, en este caso, ni protocolo ni lugar común; es estrictamente una manifestación absolutamente veraz de la más evidente realidad y expresión igualmente sincera de nuestro sentimiento.

 

Mis palabras últimas de este relato, son para dejar constancia de mi más viva satisfacción por la oportunidad de ofrecer este conjunto de recuerdos. Muchos podrían haberlo escrito mucho mejor que yo, pero nadie, permítaseme afirmarlo con toda vehemencia, podía haberlo hecho con más emoción, más respeto y más apego a esta fantástica experiencia, que he tenido en suerte vivir íntegramente; fantástica en las diversas acepciones del término, primero como quimera, como cosa irreal, perteneciente a la fantasía, y finalmente como realidad magnífica y excelente.

 

Javier Jiménez Espriú

Presidente Fundador de la

Academia de Música del Palacio de Minería

 

México D.F., julio del 2007.

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