“El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y la patria espera que la honrareis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por Primer Mandatario un traidor y asesino.”
Con estas palabras, diputadas y diputados constituyentes, terminaba su histórico discurso el doctor don Belisario Domínguez, cuya estatua honra el patio de esta casa, causa sí de su brutal asesinato, pero génesis de la caída del sanguinario usurpador Huerta.
El ejercicio de la libertad de expresión, arma contra la tiranía.
Como Voltaire, que en sentencia magnífica escribía: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Donde Belisario Domínguez se convirtió, con su valor y su sacrificio en paladín indiscutible de la libertad de pensamiento y de expresión para los mexicanos.
Esa libertad de pensamiento y de expresión, sin cortapisa, debe ser divisa tanto de esa Asamblea Constituyente como la de la Ciudad de Libertades que queremos para nuestra capital.
La Ciudad que estamos describiendo en esta Constitución debe ser espacio transparente para el ejercicio irrestricto en los términos que señalaba el Diputado Fabrizio Mejía de estas libertades.
Tengo el orgullo de haber suscrito en 1968, con un grupo de colegas profesores y alumnos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad un desplegado público en el que exigíamos, y lo logro el movimiento estudiantil, la derogación de los artículos 45 y 45 Bis del Código Penal, que castigaban el delito de disolución social y que daba una patente de corso a las autoridades para aplastar toda protesta social, con cargo al cual visitaban Lecumberri todos aquellos que se manifestaban contra el régimen en turno, sin importar honras, ni talentos.
Siqueiros y Revueltas, Vallejo y Heberto Castillo o los líderes estudiantiles o de los campesinos inconformes.
Ante aquella experiencia, que algunos quisieran olvidar pero que hoy valía la pena de tener presente ante las circunstancias que vivimos, me surge, me viene a la memoria algunos versos del hermoso poema del maestro don Jaime Torres Bodet: “Quién dice que el recuerdo sabe más que el olvido. En la fruta que muerdo todo el bosque está herido. Todo el bosque de sombras que viene del olvido, sólo porque te nombra el ruiseñor perdido”.
Ante aquella experiencia -repito- me pareció lamentable que el Dictamen correspondiente plantee que el ejercicio de la libertad de expresión en la Ciudad de México del siglo XXI podía ser limitado. ¿Por quién?, ¿Cómo?, pregunto yo, por ataques a la moral o a perturbación del orden público, prima hermana, considero, de la disolución social.
Sé que estas limitantes ensombrecen desde hace una centuria las libertades de pensamiento y expresión en el artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, al que ahora se han referido y han aceptado y que tiene exactamente el mismo texto que tenía en 1917 y el texto que venía en el Dictamen.
Pero sé también que este cuerpo soberano puede dar un paso histórico, ir más allá, quitando ataduras al espacio de esta libertad de libertades.
En suma, mi propuesta tiene como propósito el ampliar en la Ciudad de México el espectro de la libertad.
Someto, por tanto, a su consideración, un simple cambio en el artículo, en el numeral uno, del inciso c) del artículo 12, para que diga, escuetamente: “En la Ciudad de México toda persona tiene derecho a la libertad de expresión por cualquier medio, su ejercicio no podrá ser objeto de censura. El derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley”.
Magnífica arenga profesor