Señoras y señores Constituyentes, cuando iniciamos el debate sobre la renta básica, tema pendiente, el Coordinador de la Fracción del PRI señaló que más que eso la gente requería mejores servicios, y dijo textualmente: “de un Buen Gobierno, gobierno eficiente, gobierno eficaz, gobierno justo, gobierno honrado”.
Estuve tentado a preguntar: ¿cómo cuál? Pero preferí esperar la ocasión del debate sobre Buen Gobierno, combate a la corrupción y régimen de responsabilidades de los servidores públicos para traer a la tribuna una reflexión y esbozar una respuesta a mi propia pregunta.
Naturalmente que el tener un Buen Gobierno es no solo deseable, sino imprescindible; y para lograrlo, entre otras muchas cosas, el combate a la corrupción, dada la realidad que nos agobia, es asunto medular que no admite demora ni acepta ya más discursos vacuos y simulaciones retóricas ilegales.
Vengo en nombre de MORENA a invitar a todas y todos ustedes a votar en favor en lo general de este artículo y del dictamen en general, aunque en lo particular habremos de presentar reservas, ya que aun cuando aceptamos importantes avances en las propuestas, quedan asuntos pendientes que a nuestro entender deben estar contenidos en la Constitución.
El articulado por sus solos títulos lo estimamos de la mayor trascendencia y debe quedar de manera tal que no solo influya en el conjunto de la Constitución toda, sino esencialmente en la transformación radical de la vida política y social de la Ciudad y sea, además, ejemplo en nuestra República que tanto padece en los ámbitos de los temas que estos artículos abarcan.
Este documento debe ser reflejo de lo que escribió Morelos en Los Sentimientos de la Nación que, como la buena ley, es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, del tal suerte, se aumente el jornal del pobre, que mejores sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto.
Claro que necesitamos de un Buen Gobierno: democrático, honesto, austero, transparente, veraz, cercano al pueblo, que no ofenda la situación de pobreza de los más con la opulencia y la sustentaciones de vida de los menos; que anteponga el interés público al privado, que respete la división de poderes, que lo integren personas convencidas del honor y la responsabilidad que signifique el servicio público.
De mandatarios que entiendan que no están para mandar al pueblo, sino para ser quienes obedecen lo que el pueblo les manda; que deben administrar la cosa pública con prístina honestidad y con austeridad republicana; que un servidor público es toda comparación guardada, desde luego, un siervo de la Ciudad.
Funcionarios, todos, que atiendan a los ciudadanos con respeto y atingencia; de legisladores que hagan leyes justas en beneficio del pueblo, no sujetos a consignas, como sucede con quienes prefieren con su visión la comodidad de la servidumbre recompensada a la lucha por los intereses de sus representados.
Por jueces que cancelen la venalidad y procuren la igualación del acceso a la justicia de todos con ética y con autonomía. Y desde luego, contralorías internas y contralorías ciudadanas que garanticen los principios de rendición de cuentas, transparencia, evaluación, seguimiento, es decir, Buen Gobierno.
Todo esto debe quedar plasmado sin equívoco alguno en el texto de nuestra Constitución, no como utopía aspiracional de largo plazo o como discurso de tranquilización de consciencia, sino como exigencia inmediata, impostergable y comprometida.
Todo el desorden del mundo, decía Gabriela Mistral, viene de los oficios y las profesiones mal o mediocremente servidos, político mediocre, educador mediocre, médico mediocre, sacerdote mediocre, artesano mediocre. Esas son, nos decía, nuestras calamidades verdaderas.
Sabemos, además, que la carne es flaca y la ética política escasa, que nada peor que la mediocridad ensoberbecida por el poder que la adoración embriaga y que el poder cuando los principios no existen, corrompe a grados inimaginables.
Somos testigos, sí, de hechos vergonzosos protegidos por la impunidad, pero no aceptamos que la corrupción es condición humana consustancial y parte de nuestra cultura, ni podemos permitir que ésta prevalezca como divisa de la política mexicana.
Somos los más los que podemos lanzar la primera piedra a que nos han invitado, porque estamos libres de esa culpa, pero luchamos por plasmar en nuestra constitución normas claras sobre el combate a la corrupción y las responsabilidades de los funcionarios públicos que equivocan su misión, que deben llegar hasta la revocación del mandato que pedimos, y también las de quienes fuera de la Función Pública participan en los asuntos públicos y son cómplices de delitos corruptos y de delitos corruptos y corruptores de uno y de otro lado.
La corrupción ni para controlar políticamente, ni para el enriquecimiento inexplicable, y mucho menos para hacer negocios. Puede seguir siendo eficaz mecanismo de nuestra vida política y social.
Sor Juana Pregunta: “Aunque para otra tragedia en sus redondillas inmortales, o cuáles más de culpar aunque cualquiera mal haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar”. Ante el panorama que vivimos frente a hechos agraviantes causados por la corrupción y amparados por la impunidad que indignan y rayan en lo dantesco, delitos que van del engaño, los conflictos de interés y el robo al asesinato, debemos lanzarnos a una cruzada por el buen gobierno y contra la corrupción que se inicia aquí, con buenas leyes sin fisuras que permitan interpretaciones cómodas y salidas falsas.
Un enorme compromiso social y moral que esta Constituyente está en obligación de cumplir.
Sí, los artículos que vamos a debatir esta noche deben ser la respuesta legal al grito que desgarra ya todas las gargantas: “no al mal gobierno”, “muera la corrupción”, “muera la impunidad”, “muera la convivencia”, “muera la simulación”, “muera el cinismo”. Sí, nada más, pero nada menos.
Es cuanto.
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